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viernes, 7 de noviembre de 2014

PROYECTO "CUENTOS PARA CRECER": MATERIALES DE APOYO

Desde hace ya un tiempo existe un Proyecto denominado CUENTOS PARA CRECER el cual comparte mediante el envío semanal, y gratuito por correo electrónico, relatos destinados en especial a niños y adolescentes, así como a todos los que encuentran placer en la lectura.

Debido al tipo de historias ofrecidas, este proyecto permite reflexionar sobre una serie de valores considerados esenciales para el desarrollo del carácter, como la tolerancia, la generosidad, el espíritu de diálogo y la honradez, proporcionando además un valioso instrumento de aprendizaje.

Cabe hacer mención que el (los) administrador(es) del proyecto, no son los autores de los cuentos proporcionados. Sólo los divulgan con fines pedagógicos y JAMÁS con fines comerciales, por ello siempre hacen mención del nombre de autor y la casa editora. 

Si ha disfrutado de la historia, reenvíela para compartirla con todos cuantos puedan estar interesados.

Agradezco el apoyo y envío de los cuentos a:
El Equipo Coordinador del Proyecto CUENTOS PARA CRECER.





El botón reductor de madres

Un día de grandes peleas e insolencias con su mamá, el Pequeño Dedé se ganó una buena bofetada. Una bofetada es algo terrible. Roja, caliente y humillante. Su zumbido permanece mucho tiempo, como un mosquito insidioso, te rebaja al rango de gusano. El Pequeño Dedé apretó los puños y le dijo a su mamá:

—Ya verás... Ya verás cuando seas pequeñita y yo sea grande. Te aplastaré como a una mosca. ¡No! ¡No te rías! Porque antes de aplastarte te arrancaré las patas y los ojos y las alas.

Por supuesto que era una frase terrible, pero la verdad es que Dedé odiaba las bofetadas. Y con razón, por cierto, pero a veces la mano se escapa sola, y los padres casi siempre lo lamentan.

El Pequeño Dedé a veces tenía sueños de grandeza. Pensaba: «Cuando sea muy vieja, y esté encogida como una manzana, ya no tendrá ni un grano de fuerza, entonces le devolveré todas sus bofetadas».

¡Pero no tuvo que esperar tanto tiempo! Esa misma noche, mientras dormía, el maligno genio se presentó en la habitación de Dedé. Sabes, el genio maligno es el que se aprovecha de un momento de ira o de tristeza para asaltar el alma de los niños. El maligno genio era feo, con ojos amarillos, antenas retorcidas y malos pensamientos. Se sentó al borde de la cama de Dedé y cruzó sus patas vellosas.

—Hoy en día —dijo el genio maligno—, gracias a la electrónica, a Internet y a tutti quanti, los deseos se hacen realidad.

Y musitó:

—Ya no tienes que esperar a que ELLA se haga vieja y se encoja para ser más alto que ella.

Y el genio maligno le susurró con aire torvo:

—Tengo una caja de empequeñecer.

—¿Se puede empequeñecer a las mamás? —preguntó Dedé, casi sin resuello.

Por toda respuesta, el genio maligno le dio una cajita del tamaño de una consola de bolsillo.

—Este es el botón reductor de madres que le reservamos a todas las que aplican los castigos corporales.

—¿Qué son los castigos corporales? —preguntó Dedé.

—Bofetadas, tortas, manotazos, azotes en el trasero —recitó el genio maligno.

Y los ojos amarillos brillaron con un destello perverso.

—¡Cuidado! Si lo aprietas, tu mamá encogerá diez tallas, como una camiseta lavada a 120º.

—¡No puede ser! —dijo Dedé, con los ojos brillantes de miedo y ganas—. No te creo. Es imposible.

Los ojos amarillos chispearon.

—Prueba y verás... Pero te lo advierto: cuando tu mamá sea minúscula, tendrás que protegerla para que no desaparezca...

Y el genio maligno desapareció gritando:

—Buena suerte, ¡mi GRAN Dedé!

Y se desintegró en una nube de humo.


El Pequeño Dedé pensó, claro, que lo había soñado. Pero al día siguiente, cuando vio bajo su almohada el aparato empequeñecedor, con su gran botón, notó una extraña sensación. Durante todo el día, sintió como si el gran botón fuese un peso sobre su corazón. Esa misma tarde, cuando llegó el momento de hacer sus deberes, el Pequeño Dedé estaba todavía delante del televisor y, una vez más, le regañaron.

—¡Apaga inmediatamente, el televisor y apréndete el poema de Machado! He dicho: «inmediatamente» —gruñó mamá con su voz ronca.

Pero el Pequeño Dedé estaba ebrio de televisión. Seguro que sabes de lo que hablo, cuando las ideas se confunden. Laselegantes neuronas, esas pequeñas células del cerebro que brincan con agilidad, se transforman de pronto en gordos cebados. Y el cerebro está lleno de potaje de tele. Así que… Ya adivinas lo que viene a continuación: fue hasta su habitación, levantó la almohada, tomó el aparatito y hundió el botón. ¡Ziiiiiiiip! Inmediatamente, quedó deslumbr ado por un rayo verde y su mamá apareció en la sala, no más alta que un pequeño ratón.

—¿Qué me pasa? —dijo una voz diminuta, pues ahora todo era diminuto, incluso su voz, incluso sus ojos, que tenían el tamaño de una cabeza de alfiler, incluso sus dos minúsculas manos, que se agitaban como las puntas de dos bastoncillos para los oídos.

—Es un aparato para encoger mamás —dijo Dedé plantando sus pies sobre el sofá—. Es por la torta, ya sabes. Ahora déjame ver el final de mi serie y hazme el favor de volver a la cocina.

Mamá se acercó con mirada furibunda. Dio un salto para llegar a la altura del mando a distancia, pero nada pudo hacer: era realmente muy pequeña.

—Bah —dijo Dedé, que siguió viendo su serie.

Mientras tanto, la diminuta mamá se decía, con un minúsculo susurro interior: «Es una pesadilla, fingiré que no pasa nada. Y me despertaré».

Entonces fue al cuarto de baño para llenar la bañera. Saltó hasta el grifo, se resbaló y… desapareció en un chorro de agua que salía del grifo.

—¡Socorro! ¡Una tormenta! —gritó mamá—. El mar se ha desatado.

El Pequeño Dedé se acordó de los consejos del genio maligno. Salvó in extremis a su pequeña mamá y la secó con una toalla. Desde luego que era la primera vez que hacía algo así.

—¡Estoy harta! —lloriqueó la pequeña mamá—. ¡Harta de ser pequeña! Quiero que tu padre vuelva de su viaje. Me siento abandonada, me siento sola, pequeña y débil.

—¿Por qué me cuentas todo eso? —preguntó el Pequeño Dedé, sorprendido, pues era la primera vez que veía llorar a su mamá—. Yo no debo oír esas cosas. Soy un niño.

La minúscula mamá tenía los ojos desorbitados.

—Pues bien, hoy YO soy pequeña, por tanto soy YO la que necesita protección. Si no querías protegerme, ¡no haberme encogido!

Y su mamá le contó que a veces se sentía sola, abandonada, como si no existiera. El Pequeño Dedé quería hacerla callar. Se preguntó si no sería buena idea encerrarla en el armarito de las medicinas, al lado del frasco de alcohol de 90º y de la caja de Tricosteril, pero luego pensó que podía asfixiarse en la oscuridad. Vaya, ahora tenía la misión de proteger a su pequeña mamá.

Sentía una pesada carga sobre sus hombros. ¿Quién era el hijo? En el fondo, le gustaba más cuando su mamá era mayor y nose quejaba todo el tiempo. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Cómo romper el hechizo? ¿Existiría una ampliadora de mamás? Le dio varias vueltas a la consola, pero lo único que había era el gran botón reductor, que lo miraba irónicamente de soslayo.


Esa noche, su mamá cenó un grano de arroz y una gota de agua, y se durmió dentro de un calcetín de deporte muy mullido. El Pequeño Dedé se zampó tristemente un paquete de palomitas. Al irse a su habitación, pensó que nadie le había contado su cuento de todas las noches; se dur mió rezando para que su mamá creciera de nuevo.

Al día siguiente, ¡mamá había recuperado su tamaño normal! Un metro setenta, cincuenta y cinco kilos. ¡Qué guapa era! Y Dedé se preguntaba:

—¿Fue una pesadilla? ¿O la historia del botón reductor pasó realmente?

Cuando Dedé escuchó decir a su mamá: «Vístete deprisa, por favor. No quiero volver a enfadarme contigo. No quiero volver a pegarte. Todo eso se terminó», Dedé comprendió que la historia del botón reductor, aunque parezca imposible, sí tuvo lugar. El Pequeño Dedé se levantó de un salto y se acurrucó en los brazos de su mamá.

—No quiero ser nunca jamás, jamás, jamás mayor que tú.

«¡Y vaya si era verdad!, pensó Dedé. A veces las mamás son gigantes, con su vozarrón, con sus ojos muy abiertos, con sus inmensas cejas fruncidas como un bosque. Pero casi siempre son, sencillamente, mayores que nosotros. Tanto mejor así.»



Sophie Carquain 
Pequeñas historias para hacerse mayor
Madrid, Editorial Edaf, 2006

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